JUSTICIA DISTRIBUTIVA Y DESARROLLO HUMANO: UNA MIRADA DESDE LOS POBRES (*)

Carlos P. Lecaros Zavala (**)

Contenido

Introducción
1. El marco general del problema: pobreza y desigualdad
2. La propuesta distributiva al problema de la desigualdad en Amartya Sen: los fines y los medios
3. El desarrollo humano como paradigma de justicia distributiva
4. Justicia distributiva y desarrollo humano: alcances y limitaciones
5. Reflexiones finales


Introducción

El reconocimiento de que la pobreza, lejos de disminuir, ha aumentado a escala planetaria ha hecho que el tema de la desigualdad esté en el centro del debate[1]; girando en torno a ella todos aquellos mensajes que, como voces de alerta, desde décadas atrás, han venido lanzando diferentes sectores de opinión en relación a viejos temas con nuevos rostros: la pobreza, el género, la violación de los derechos humanos, el deterioro ambiental, las migraciones, entre los más urgentes. Definitivamente, estos mensajes que han sido traducidos a sus dimensiones e implicancias económicas, sociales, políticas y culturales, han permitido actualizar conocimientos y avanzar en la formulación de propuestas, novedosas o remozadas, en torno a la pobreza y la exclusión, teniendo frente a sí a un liberalismo aparentemente triunfante. Es más, han inducido a que se mantenga vigente, aunque con nuevos argumentos, la vieja lucha -teórica y práxica- entre igualitarios y libertarios; es decir, entre quienes defienden que el principio de igualdad entre los individuos está por encima del principio de la libertad (absoluta) del individuo; y viceversa. Esto, sin perder de vista que, más allá de la superación de los límites o condiciones de este aparente maniqueísmo, subyace el tema de la justicia.

El presente ensayo intenta establecer los vínculos existentes entre dos de las propuestas más novedosas que se encuentran en el debate actual en determinados círculos intelectuales, como son la teoría de la justicia distributiva en la visión de Amartya K. Sen, Premio Nobel de Economía 1998, y la del desarrollo humano (dh) impulsada por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD)[2]. La relevancia de abordar la afinidad existente entre ambos enfoques responde no sólo a su mayor proximidad interpretativa de la realidad y demandas de los países del llamado Tercer Mundo, sino también al hecho de que en la valoración que se deriva de su comparación está implícito de manera concluyente un aspecto muy singular y común a ambos: la economía de mercado de corte liberal, reconocida implícitamente en esas propuestas como el modelo, el paradigma-clave que sustenta el funcionamiento eficiente y eficaz del sistema.

El ensayo toma como punto de partida el tema de la pobreza, a escala planetaria, para pasar a exponer las ideas de Amartya Sen respecto a ella, bajo el enfoque de justicia distributiva; que si bien las asume como un problema de desigualdad[3] (inequidad), en rigor, se trataría, como se verá posteriormente, de disparidades (diferencias). El énfasis está puesto en los ejes principales de dicho enfoque de justicia distributiva, los mismos que volverán a aparecer, en la siguiente sección, en el marco de la propuesta sobre el desarrollo humano (dh) del PNUD. En la cuarta sección, se hace una reflexión sobre los alcances y limitaciones de ambos planteamientos, a partir de algunas lecturas que sugiere el viejo debate del desarrollo y subdesarrollo; al que al asunto de las disparidades se agregan temas que forman parte, hoy, de la misma problemática, como la libertad y la democracia. Finalmente, se presentan algunas conclusiones que, a manera de reflexión final, pretenden visualizar los mensajes contenidos en ambas propuestas, desde una perspectiva que sugiere no desgajarlas de la realidad en la cual se quieren inspirar; y por esta razón, situarlas en la dimensión de reflejar, ante todo, un conflicto ético que demanda justicia.


1. El marco general del problema: pobreza y desigualdad

Según el Banco Mundial, en su Informe sobre el Desarrollo Mundial 2000/2001[4], en 1998, 1,200 millones de personas en el mundo se veían obligadas a vivir con menos de un dólar diario; 20% de los niños pobres no llegaban a los 5 años de edad; 50% de niños pobres menores de cinco años estaban desnutridos. Estos pobres del mundo subdesarrollado que los organismos financieros internacionales, como el Fondo Monetario Internacional (FMI) o el Banco Mundial (BM), se niegan a ver, representan a los excluidos de un sistema económico: el del libre mercado «globalizado». Incluso, en los mismos países desarrollados, en donde, supuestamente, están dadas las mayores posibilidades y oportunidades de desarrollo, hay niños que no llegan a los 5 años de edad y otros que padecen desnutrición; y aunque los porcentajes sean menores (menos del 1% y del 5%[5], respectivamente), no dejan de ser niños pobres y excluidos de su propio sistema.

Asimismo, en el Informe sobre Desarrollo Humano 1998[6] publicado por el PNUD se señala que mientras la quinta parte (20%) de la población mundial más rica consume el 45% de la carne y el pescado extraído; la más pobre, sólo el 5%. Esa misma población más rica consume el 58% de la energía que se produce, y la más pobre consume menos del 4%; la más rica consume el 84% del papel producido, la más pobre sólo el 1.1%[7]. Igualmente, 2,600 millones de personas de los países en desarrollo carecen de saneamiento básico; y 2,000 millones están en estado anémico. En síntesis, lo que destaca el Informe es que el 20% más pobre de la población mundial “ha quedado excluido de la explosión del consumo"[8]. Y no hay que dejar de mencionar el deterioro ambiental y el progresivo agotamiento de los recursos renovables. La paradoja de esta disparidad en el consumo[9] entre países pobres y países ricos pone en evidencia hechos como, por ejemplo, que “un niño nacido en el mundo industrializado agrega más al consumo y la contaminación a lo largo de su vida que entre 30 y 50 niños nacidos en países en desarrollo"[10].

Estos datos, entre otros no menos sorprendentes, proporcionados por estos dos organismos internacionales tomados como referencia, reflejan que la igualdad en el bienestar mundial, supuestamente inducida por la globalización, se ha reducido a vínculos de comercio que favorece a los países dominantes; y que la libertad de acceso a las oportunidades de desarrollo, a la hegemonía de los movimientos de capitales, con origen también en los países dominantes. Indudablemente, se trata de una mundialización de la pobreza; en la que ella -la pobreza- se sostiene, en contra de lo que afirman los exégetas del libre mercado, en una desigualdad que, como destaca William M. Dugger, “es acumulativa, no autocorrectiva; aumenta o disminuye; rara vez se mantiene igual y nunca llega al equilibrio”[11].

Esta contradicción puesta de manifiesto en el modelo de globalización vigente tiene como trasfondo, sin lugar a dudas, la desigualdad de oportunidades y posibilidades en la que conviven naciones desarrolladas y subdesarrolladas; situación que, por cierto, contradice cualquier discurso sobre relaciones internacionales equitativas y supuestos equilibrios en el bienestar global. Desde esta perspectiva, y como se verá más adelante, las respuestas al problema de la desigualdad no están ausentes. Sin embargo, una de las tareas relevantes por efectuar pasa por valorar en qué medida nuestros países están involucrados en esas propuestas; razón que obliga a no dejar pasar por alto dos aspectos importantes: (i) si esas respuestas se sitúan desde la perspectiva de los países subdesarrollados; y (ii) si se trata de respuestas tendentes a transformar radicalmente la realidad, o simplemente a mejorar las condiciones de vida, ahí en donde sea posible y las condiciones lo permitan.


2. La propuesta distributiva al problema de la desigualdad en Amartya Sen: los fines y los medios

Para Amartya Sen, el ideal de igualdad se enfrenta a dos limitantes: la heterogeneidad humana y, en relación estrecha con ella, la amplia gama de variables desde donde puede ser visualizada. Sin embargo, reconoce que “(...) toda teoría normativa del orden social que haya resistido, con más o menos fortuna, al paso del tiempo, parece haber exigido la igualdad de algo, algo que, con respecto a esta teoría, se considera especialmente importante. (...)”[12]. Desde esta perspectiva aborda el estudio de los diferentes enfoques igualitarios, resumiéndolos en sus principales lineamientos de acuerdo a su autor[13]:

John Rawls; o la igualdad de libertades e igualdad de distribución de «bienes elementales»
Ronald Dworkin; o el «tratamiento como iguales», o «igualdad de recursos»
Thomas Nagel; o la «igualdad económica»”
Thomas Scanlon; o «igualdad», simplemente.

Amartya destaca que esta demanda por igualdad ha sido reclamada también desde otros ámbitos; incluyendo a quienes han puesto en tela de juicio los principios de igualdad y de justicia distributiva. Al respecto, refiriéndose a Robert Nozick, afirma que éste “no exige la igualdad de utilidad o la igualdad en el disfrute de bienes elementales, pero sí exige la igualdad de derechos libertarios (el que nadie tiene más derecho que otro a la libertad)”[14]. De James Buchanan, dice que “incluye la igualdad de trato legal y político (...) en su planteamiento sobre una sociedad justa”. Y refiriéndose a la tesis utilitarista, expresa que ella “exige la maximización del total de utilidades de todos los individuos en conjunto”[15], hecho que no considera muy igualitario debido a que, agrega, “la igualdad que persigue el utilitarismo consiste en tratar por igual a los seres humanos en el ámbito de ganancias y pérdidas de utilidades”[16]. Hecho este análisis de las doctrinas igualitarias, Amartya concluye:

“Ser igualitario (es decir, igualitarios en este o aquel ámbito al que se da especial importancia) no es realmente una característica «determinante».(...) Debido a que existen estas diferencias básicas entre los distintos ámbitos en los que la igualdad es recomendada por diversos autores, la similitud básica entre ellos (al defender la igualdad en algún ámbito considerado importante) puede no saltar a la vista. Esto ocurre, sobre todo, cuando el término «igualdad» se define, implícitamente, como igualdad en un ámbito determinado.”[17]

Pero, ¿cómo ser igualitarios en un ámbito determinado?. Al respecto, Sen sostiene que “la posición de una persona en la organización social se puede considerar desde dos puntos de vista distintos, el primero se refiere a los objetivos alcanzados y el segundo a la libertad para llegar a alcanzarlos”[18]. Y aquí es donde, para él, se da la distinción entre cómo es que se llega a alcanzar determinados objetivos, individuales o sociales (bienestar, por ejemplo), y mediante qué oportunidades concretas que puedan presentarse (y que permiten hacer uso de la libertad) es posible alcanzar dichos objetivos. En este aspecto, Sen quiere poner énfasis en que “la desigualdad puede verse en términos de realizaciones y de libertades, que no tienen por qué coincidir[19]. Aunque esta distinción no queda del todo clara, Sen la sustenta señalando que la mayoría de los autores igualitarios han puesto el centro de la atención en los objetivos alcanzados (el bienestar, por ejemplo), mediante el estudio del aprovechamiento de las ventajas obtenidas o de los ordenamientos sociales, dejando de lado el tema de la libertad (de conseguir el objetivo) sólo como un asunto instrumental. Explica, por ejemplo, que cuando los utilitaristas valoran lo social, restringen las comparaciones interpersonales a los objetivos alcanzados, siendo estos objetivos las utilidades alcanzadas; asimismo, cuando se refiere a los que otorgan privilegio a las funciones de bienestar social, afirma que la atención está puesta en los objetivos alcanzados, medidos como satisfacción de preferencias, satisfacción del consumidor; dentro de lo cual la libertad individual sólo viene a ser, indirectamente, un medio para alcanzar esos objetivos.

Amartya Sen llama la atención de este abandono de la libertad y pretende recuperarla para su teoría de la justicia. Sostiene que en los desarrollos recientes de la teoría de la elección social se busca en el marco de las evaluaciones, “valorar la libertad”[20]. En este sentido, al poner mayor énfasis en los medios para alcanzar los objetivos, se pone en cuestión el aspecto exclusivo de los logros. Según él, este paso de los logros hacia los medios, ya sea tomando como referencia los bienes básicos (Rawls) o los recursos (Dworkin), ha hecho que los estudiosos presten mayor importancia a la libertad, aunque no lo suficiente como para “atrapar lo importante que es la amplitud de la libertad”[21].

Sen también sostiene que la evaluación que se haga a los objetivos que persigue una persona o sociedad –por ejemplo, el de bienestar, como se viene señalando- y la libertad para buscarlos, obligan a examinar el “enfoque «capacidad»”[22]. Para Sen, el bien-estar de una persona puede entenderse a partir de la calidad de vida; como por ejemplo, estar bien o suficientemente bien alimentado, gozar de buena salud, contar con una esperanza de vida adecuada a condiciones aceptables, y otras cosas análogas, hasta lo que constituye realizaciones más complejas, propias del ser humano, como el ser feliz, tener dignidad, tener vida comunitaria, etc. A estos atributos de la calidad de vida, consistentes en “estados y acciones”[23], le llama vectores de funcionamientos. De ahí que cuando se habla de la realización de una persona, a lo que se está aludiendo es a ese conjunto de estados y acciones que actúan de manera interrelacionada como elementos constitutivos de ella; y, por tanto, al evaluar su bienestar lo que se está haciendo es valorar dichos elementos.

Sin embargo, debido a que referirse a los funcionamientos lleva a la noción de capacidad de funcionar, que la define como “las diversas combinaciones de funcionamientos (estados y acciones) que la persona puede alcanzar”[24], Sen agrega que “la capacidad es un conjunto de vectores de funcionamientos, que reflejan la libertad del individuo para llevar un tipo de vida u otro”[25]. De esta manera, así como en el llamado conjunto presupuestario vinculado al espacio de los bienes la persona puede elegir comprar –esto es, tiene libertad para comprar- entre conjuntos (o haces, como lo llama) de productos, así mismo, “el «conjunto de capacidad» en el ámbito de los funcionamientos refleja la libertad de la persona para elegir entre diferentes modos de vida”[26].

En otras palabras, para Amartya Sen “el bienestar de una persona debe depender fundamentalmente de la naturaleza de su estado, es decir, de los funcionamientos alcanzados”[27]. Sin embargo, no deja se preguntarse “¿qué relación tienen las capacidades, en contraposición con los funcionamientos alcanzados, con el bien-estar?”[28]. Esta relación entre capacidad y bien-estar surge, agrega, de “dos consideraciones distintas pero interrelacionadas”[29]:

La primera se refiere a que “si los funcionamientos alcanzados constituyen el bien-estar de una persona, entonces la capacidad para alcanzar funcionamientos (es decir, todas las combinaciones alternativas de funcionamientos que una persona puede elegir) constituirá la libertad de esa persona, sus oportunidades reales para obtener bien-estar”[30]. Para el autor, “esta «libertad de bienestar» puede ser un tema central del análisis ético y político”[31].

La segunda relación “consiste en hacer depender el propio bien-estar alcanzado de la capacidad para funcionar”[32]

Para el autor, en cualquiera de los dos aspectos, este enfoque «capacidad» se distancia radicalmente de cualquiera de las tesis tradicionales relativas a la evaluación individual y social; es decir, de los enfoques técnicos del bienestar, que basan sus planteamientos en variables como los bienes elementales (Rawls), los recursos (Dworkin), o el ingreso real (análisis del PNB, del PIB u los referidos a bienes determinados). Afirma que en la medida que estas variables tienen que ver más con los instrumentos para alcanzar el bien-estar buscado y otros objetivos, pueden tomarse, más bien, como los medios para la libertad. Así, concluye diciendo que “la capacidad refleja la libertad para buscar estos elementos constitutivos, y puede incluso tener (...) un papel directo en el mismo bien-estar, en la medida en que la decisión y la elección son también parte de la vida”[33].

En resumen, avanzando más allá de las propuestas igualitarias como las de Rawls o Dworkin, por señalar a los autores más representativos, en el enfoque distributivo de Amartya Sen se observa un proceso como el siguiente:

§ La desigualdad deviene en un asunto ético (punto de partida)
§ La justicia (distributiva) consiste en proporcionar oportunidades
§ Las oportunidades deben traducirse en capacidades
§ Las capacidades son medios para el ejercicio de la libertad (si se quiere como bien superior).

En ese propósito de Amartya Sen por rescatar la libertad, como medio y como fin, de ese segundo plano en el que la colocan, paradójicamente, otros teóricos de la justicia distributiva, es posible hacer una aproximación entre este tema, de acuerdo a su visión, y el enfoque del desarrollo humano; principalmente, en lo que concierne a cómo es que las oportunidades y capacidades -capacidades que dependen de las posibilidades de las personas- deberían operar para superar la desigualdad; o, más bien las disparidades..

En síntesis, el tema del desarrollo –o del subdesarrollo, dependiendo desde dónde se le mire- no es un tema nuevo. Lo que sucede es que en la intención de estudiarlo haciéndolo transitar de la consideración de ser asunto de «disparidades» en los resultados del desarrollo, para tratarlo como un asunto de desigualdad de las condiciones en las que se produce ese desarrollo, ha hecho que en los últimos tiempos haya cobrado relevancia en el orden ético, principalmente al incorporar en la reflexión el tema de la libertad. En este aspecto, Sen pretende, en definitiva, conciliar igualdad y libertad. Sin embargo, si el desarrollo (o subdesarrollo) es planteado, entonces, como un asunto de disparidades en el uso de las oportunidades y capacidades (libertades), punto en el que convergen Sen y la propuesta del dhs, la pregunta que surge es si es posible alcanzar, en la realidad concreta, el acceso a, por lo menos, un mínimo de oportunidades y capacidades; y, más aún, dentro de qué límites y bajo qué consideraciones.


3. El desarrollo humano como paradigma de justicia distributiva

Al margen del uso –y abuso- de la expresión desarrollo humano, la propuesta, como tal, surgida a principios de los noventa, constituye, quizás, el esfuerzo más amplio y serio por sistematizar enfoques y experiencias en torno a la problemática de la pobreza y su relación con los derechos de las personas. Para las Naciones Unidas, estos mensajes significan un desafío que ha hecho posible que desde esa posición se ensayen respuestas alternativas que se han ido reuniendo en diferentes documentos, siendo los más representativos aquellos que anualmente, desde 1990, el PNUD ha venido publicando bajo el título general de Informe sobre desarrollo humano.

Aceptado actualmente como un modelo o paradigma, el desarrollo humano, tal como lo entiende el PNUD, tiene la particularidad de encerrar un concepto más que de referirse a una definición de tipo clásico; lo que, a final de cuentas, le da mayor amplitud en el manejo de sus categorías, buscando evitar cualquier rigidez interpretativa frente a la realidad a la que pretende responder. En efecto, el concepto desarrollo humano se va articulando mediante la incorporación al término desarrollo -tema sobre el cual se ha dicho y escrito bastante- un conjunto de atributos que tienen como referencia central, como eje, la persona[34]. A partir de precisiones sobre contenidos –esto es, de fondo y no de forma- que se van aplicando a la expresión desarrollo, el PNUD ha ido intentado construir una propuesta[35]; pretendiendo con ello tomar distancia de aquellos enfoques o modelos que han reducido el término desarrollo a categorías de tipo cuantitativo –como las de crecimiento/distribución- o referidas a medidas compensatorias al impacto social causado por las políticas de ajuste estructural. En este sentido, el esfuerzo de sistematización puesto en relieve en el conjunto de los documentos publicados por el PNUD, se orientan a:

i) ordenar y establecer los vínculos entre los diferentes aspectos de una misma problemática, mediante diagnósticos basados en experiencias en diferentes países; y,
ii) formular iniciativas integrales en torno a los problemas humanos tipificados en temas como la pobreza, el género, los derechos humanos, la sostenibilidad ambiental, las migraciones, etc. .

Desde esta perspectiva, el desarrollo humano deriva en un concepto en el que el atributo humano se asocia al desarrollo como sustantivo y no meramente como adjetivo; y, por tanto, se refiere a todo esfuerzo de desarrollo mediante el cual, las personas, ubicadas como centro del proceso, ven ampliadas sus oportunidades y capacidades, una vez que se garantiza su seguridad humana; esto es, la seguridad económica (en el ingreso y en el empleo), en la salud, en la educación, en las condiciones ambientales, etc.[36]

Contrario a toda forma discriminatoria, al menos en su intencionalidad, la propuesta sobre desarrollo humano busca construir una sociedad basada en la persona; de ahí que en su lectura del desarrollo, las preposiciones de (la gente), por (la gente) y para (la gente) adquieren una nueva dimensión. En esta nueva dimensión, las personas -o la gente, como se lee en los documentos- no sólo son las depositarias de los beneficios del crecimiento económico, sino que se transforman en las gestoras de su destino cuyo objetivo es optimizar su calidad de vida. Pero para que este proceso de cambio sea efectivo, se requiere de condiciones políticas propicias que garanticen un ambiente de libertades mínimas que posibiliten el ejercicio de una democracia real; esto es, aquella que haga viable el pleno respeto a los derechos humanos, concebidos en todas sus dimensiones. Desde esta perspectiva, lo económico y lo político constituyen una unidad que actúa de manera interrelacionada sobre realidades sociales y culturales concretas, haciendo viable cualquier proyecto nacional. Los alcances de la propuesta se completa, se totaliza, con el atributo sostenible, aplicado en una doble dirección: extendiéndola en el tiempo, para que toda generación -presente y futura- sea beneficiaria del desarrollo; y, simultáneamente, condicionándola a la variable ambiental -entendida como uso y conservación racional de los recursos naturales- como factor de soporte del proceso[37].

Vista así, una estrategia de desarrollo humano sostenible pretendería encontrar la clave que posibilite revertir la tendencia hacia un deterioro permanente de las actuales condiciones de vida -no sólo físicas, hay que insistir en ello- de las personas. De lo contrario, cualquier equilibrio social y político resultaría aparente; y por lo mismo, precario en el mediano plazo, poniendo en riesgo aquellas siete libertades a las que alude el Informe sobre el desarrollo humano 2000[38]:

“(...)
§ Libertad de la discriminación (género; raza; origen, geográfico o étnico; religión[39])
§ Libertad de la necesidad (nivel de vida decente)
§ Libertad para desarrollarse y realizarse (potencialidad humana)
§ Libertad del temor (amenazas contra seguridad personal; tortura; detención arbitraria; etc.)
§ Libertad de la injusticia y de las violaciones a la ley
§ Libertad para participar (adopción de decisiones; expresión de opiniones; asociarse)
§ Libertad para tener un trabajo decente (rechazo a la explotación)
(...)”

Estas libertades -no alcanzadas aún, hay que precisarlo- tienen la particularidad de representar, a la vez, el fin y los medios de la propuesta del desarrollo humano. Esto significa que no se puede aspirar a ellas si es que no forman parte de un mismo proceso, que se inicia garantizando la vigencia del principio de seguridad humana, condición ésta necesaria, pero no suficiente, para ampliar las oportunidades y capacidades de las personas. Es más, esas libertades -consideradas como expresiones concretas de la libertad- y su relación con las capacidades, según se señaló más arriba, constituyen el lugar común en donde se encuentran o confluyen, no por coincidencia sino por vinculación, la propuesta del dh y la teoría de la justicia distributiva de Amartya Sen:

“(...) La expansión de la libertad es tanto el fin primordial del desarrollo como su medio principal. El desarrollo consiste en la eliminación de algunos tipos de falta de libertad que dejan a los individuos pocas opciones y escasas oportunidades para ejercer su agencia razonada. La eliminación de la falta de libertades fundamentales (...) es una parte constitutiva del desarrollo. (...)”[40]

Se alude, pues, a libertades que parten de proveerle –aunque surja la pregunta sobre qué mecanismos- a la gente oportunidades y capacidades para su realización personal; pero como medios para que vayan ejerciendo, dentro del proceso mismo, su libertad. De ahí que ese proceso lógico que sigue la propuesta distributiva de Sen, que avanza desde la desigualdad hasta la libertad, entendida como medio (facultad de decidir) y como fin (bien superior), encuentre su mejor expresión cuando en la propuesta del dh se postula que, en su lectura del desarrollo, las preposiciones, ya aludidas, de (la gente), por (la gente) y para (la gente), adquieren una nueva dimensión. Es decir, cuando en esta nueva dimensión, las personas como actores activos de su destino optimizan su calidad de vida, en función de la libertad. O, como dice Sen, cuando ella, la libertad, tiene “un papel directo en el mismo bien-estar, en la medida en que la decisión y la elección son también parte de la vida”[41].

Este marco conceptual y de definiciones sobre el desarrollo humano no sólo pretende reunir aquellos mensajes que desde décadas atrás constituyen una visión del desarrollo que se aproxima al lugar mismo del excluido de las decisiones y del diálogo «global», sino que, además, busca centrar el debate en el tema de la libertad. De ahí que en esta propuesta la preocupación avanza más allá de la satisfacción de las necesidades básicas expuestas en el principio de seguridad humana como un problema de distribución del ingreso, hacia la distribución de otro tipo de bienes, menos materiales pero igualmente indispensables para la vida humana, individual y social (paz, democracia, participación, buen gobierno, etc.) que se sintetizan en la expresión libertad. Esto, aunque el examen objetivo de la libertad -o libertades, cuando en la propuesta del desarrollo humano, ella se expresa en sus connotaciones económicas, políticas, sociales, culturales y ambientales- lleva a una conclusión: la de ser elementos ausentes en la vida de millones de personas; o, como diría Leonardo Boff, que se trata de libertades cautivas[42].

Al margen de esta afinidad de criterios entre ambas visiones –no por coincidencia, se decía antes- y el reconocimiento de su validez empírica como carencias o ausencias en la vida de millones de seres humanos, lo relevante es que con ello no se queda resuelto, si no de manera definitiva, por lo menos en avances sustantivos, un cuestionamiento que resulta fundamental: considerar como universalmente válido e inamovible el modelo capitalista de economía de mercado; esto es, como modelo predominante y exclusivo. Desde la perspectiva del mundo subdesarrollado, este tema constituye el punto de partida y, a la vez, la raíz del problema.


4. Justicia distributiva y desarrollo humano: alcances y limitaciones

En el contexto actual del subdesarrollo los contenidos de los informes de desarrollo humano (PNUD), visto en sus aspectos más esenciales de justicia distributiva (Sen), constituyen sin lugar a dudas una ineludible invitación al debate, en todos los niveles de la sociedad. Por esta razón, los trabajos de Sen y los documentos reunidos bajo la denominación paradigmática de desarrollo humano hay que tomarlos como una propuesta que no pretende en ningún caso -no podría serlo y tampoco se aceptaría- constituirse en la propuesta para el desarrollo de los pueblos. Más allá del proceso mismo de interiorización de dichos contenidos y de la forma como son abordados, ambos planteamientos implican, de suyo, asumir un compromiso decidido con los pobres y excluidos del planeta. Compromiso que equivale a hacerse eco, prescindiendo de la acostumbrada retórica de foros nacionales e internacionales, de la invocación que hacía James D. Wolfensohn, en octubre de 1998, de que “necesitamos un nuevo esquema de desarrollo”[43], cuyo reto, según agregaba, habría que asumirlo teniendo en cuenta que ese desafío no era sólo “un sueño”[44], sino “nuestra responsabilidad”[45].

Planteado así el problema -como desafío y responsabilidad-, la necesidad de proponer, más que un nuevo esquema, un nuevo modelo de desarrollo, obedece a ese fenómeno inocultable del agravamiento de la condición humana actual en su rostro visible de la pobreza; que sigue avanzando, pese a la caída de muros y de la creencia de que el capital tiene misterios[46]; argumentos éstos que han servido, y sirven aún, para hacer más miopes a muchos y alimentar el contrabando ideológico de otros tantos. “Los pobres no pueden esperar”[47], reclamaba Mr. Wolfensohn criticando a la institución de la que, hasta hoy, sigue siendo su presidente, el Banco Mundial, preocupada más en deliberar y armar una “nueva arquitectura financiera”[48] que atender las demandas urgentes del mundo subdesarrollado. Esto último resulta paradójico, porque para Mr. Wolfensohn, siguiendo, al menos, sus reiterativos discursos, los problemas de los países pobres siguen siendo, “demasiado graves, y sus consecuencias demasiado importantes, para conformarnos con las respuestas del pasado o con las modas o las ideologías del momento”[49]. Sin embargo, las interrogantes que se desprendes del mea culpa de este ilustre señor y otros tantos líderes y vendedores de ilusiones globalizadoras no tienen que ver con las lecturas sesgadas o las interpretaciones forzadas y no muy bien intencionadas que se podrían dar a la propuesta sobre desarrollo humano y de la visión de Sen, en el sentido de considerarlos que no aportan a la solución de los problemas del subdesarrollo. No, no tienen nada que ver con eso; y por esta razón, es relevante remarcar que cualquier postura crítica a algunos de sus contenidos no excluye el reconocimiento a los valiosos aportes[50] que contienen ambos enfoques de justicia distributiva; que indudablemente contribuyen a que la humanidad avance hacia formas de progreso, entendido éste en su más profunda dimensión personal y social.

Las limitaciones que están en la base de ambas propuestas son, fundamentalmente, de interpretación; y corresponden a las causas y al proceso formativo del desarrollo y subdesarrollo. Al respecto, se insiste en considerar la situación económica, política y socio-cultural de los diferentes países como estadios de un mismo proceso, pero desde la perspectiva de dos realidades «autogeneradas», que resultan, respectivamente, del aprovechamiento, o no, de las oportunidades (potencialidades) y uso de las capacidades disponibles en ellos. El desarrollo y el subdesarrollo no son tomados como aspectos de una misma realidad –las dos caras de una misma moneda, podría decirse-; que responden a una dinámica de continua retroalimentación, en el que la riqueza y el progreso de unos pocos países se sostiene en la pobreza y el atraso de los más. Este antiguo debate que el estilo dominante de globalización hace nuevamente visible, permite poner en duda la afirmación, generalmente implícita, de que referirse al desarrollo y al subdesarrollo se reduce a un asunto de «disparidades»; esto es, de que hayan existido y existan en cada país, o grupo de países, de manera autónoma, mayores o menores oportunidades y capacidades para ser aprovechadas; y lo que es más, que cada cual haya sido, o sea, hoy, libre de hacerlo. La relevancia de destacar como “limitaciones” de ambas propuestas la interpretación que hacen del desarrollo y subdesarrollo se debe al conjunto de implicancias que se derivan de ellas; ya que dicha interpretación equivale, en estricto rigor, a fijar el punto de partida para cualquier análisis y formulación de propuestas. Sin embargo, son implicancias que tendrían que ver más con los instrumentos y variables estratégico-operativas orientadas a crear las condiciones para ampliar las oportunidades y capacidades aludidas en las propuestas; y no tanto, quizás, con lo relacionado a la validez y al reconocimiento de las categorías inspiradoras –por ejemplo, el de la persona humana como eje del desarrollo-, o al de los objetivos deseados –el desarrollo humano, propiamente-.

La existencia de un mundo desarrollado y de un mundo subdesarrollado, es, en esencia, un asunto de desigualdad. Las «disparidades» sólo son el reflejo de la realidad de ese mundo contradictorio, que resultan de la medición de unos cuantos indicadores. Es la desigualdad, llevada hasta la exclusión, la que subyace como razón estructural en las relaciones internacionales vigentes; y cuya evidencia obliga a expresarse de ella, con la dureza de las palabras de William M- Dugger, como “un estado morboso que mutila a una parte significativa de la sociedad con mala nutrición, mala salud, ignorancia y frustración”[51]. O, en los términos de José Ignacio González Faus:

“Los excluidos van sustituyendo en nuestro lenguaje a los oprimidos de antaño. Una buena parte de la humanidad no tiene ya importancia ni siquiera para ser explotada (...)
(...) la fría objetividad de los datos entraña un espantoso drama humano: esa sensación de ser no ya pobres, sino inútiles; no maltratados, sino inservibles, basuras humanas de las que el mundo de la globalización no tiene más que encontrar la mejor forma de desprenderse de ellas. (...)”[52]

En este sentido, recurrir al discurso de las disparidades o de las distorsiones para justificar un «modelo de desarrollo» caracterizado por sus efectos contradictorios, no puede sino significar la pretensión de modernizar los viejos nudos de la dependencia, con los nuevos nudos de la globalización de los mercados y de la voracidad del capital. Acudiendo a un nuevo lenguaje, los exégetas de esta globalización neoliberal son quienes pregonan y promueven, hasta convencer a los ingenuos, una economía con rostro humano, expresión ésta que puede resultar, quizás, más sugerente y atractiva que aquella de crecimiento con equidad, pero que, igualmente, por el hecho de utilizarlo como etiqueta para disimular políticas de compensación social, no se traduce en resultados cualitativamente superiores. En este contexto de retóricas desarrollistas, lo cierto es que en los últimos diez años, con el discurso de la economía con rostro humano y el del crecimiento con equidad, se ha continuado, tal vez con más fuerza que antes, ampliando la brecha entre el mundo rico y el mundo pobre, es decir, que unos pocos sigan acumulando riqueza a costa de la pobreza de los más. Siendo lo más grave, aún, que todo ese proceso de acumulación-exclusión se ha hecho y se viene haciendo deshistorizando la realidad de un mundo que, por eso mismo, tiende a ser cada vez más inequitativamente interdependiente.

Situados en esta línea de reflexión es que resulta adecuado, desde el punto de vista conceptual, afirmar que el desarrollo humano no es, no puede ser, la sumatoria de «desarrollos individualizados», o mejor, desde la perspectiva de Amartya Sen, la sumatoria simple -o, si se quiere, un agregado- de libertades individuales recibidas o conquistadas. Son individuales, sí, pero de personas que se interrelacionan socialmente. Por eso, si bien es cierto que esas siete libertades proclamadas en el Informe del PNUD del año 2000, constituyen, a la vez, medios y fines del desarrollo, por reflejar dimensiones de la persona humana en tanto individuos; asimismo, en la medida que esas mismas libertades envuelven (relacionan) simultáneamente a millones de personas, se transforman en libertades colectivas. En otras palabras, son libertades individuales, sí, pero que se socializan[53]. Es en este contexto de libertades socializadas que surgen otras exigencias, como la de transformar radicalmente el espacio aquél en donde se supone que ellas –esas siete o más libertades- brotan y se desarrollan: la democracia.

En la línea de reflexión anterior, sostener que la transformación radical de los espacios democráticos es una tarea ineludible, está relacionado con la postura aquella de que el sistema democrático -del que se dice que “no es perfecto, pero que es lo mejor que se conoce”- es el que mejor crea, o en donde mejor se crean, condiciones para el desarrollo de la libertad humana. Pero, aceptar esta premisa supone conocer en qué grado los países calificados como «democráticos» -o «democracias», como se suele decir- se desempeñan realmente como tales; con miras a contar con un mínimo de garantías para que aquellas siete libertades encuentren en ellos, el momento y el espacio propicios para su pleno desarrollo. En concreto, la urgencia por transformar radicalmente los espacios o ámbitos de desempeño democráticos, tiene que ver directamente con una praxis que haga evolucionar, a no pocas sociedades actuales, desde esas expresiones que no pasan de representar sino democracias «aparentes», que suelen derivar luego en democracias «formales», hacia democracias reales. En este aspecto, no son aisladas algunas de estas «democracias» vividas en América Latina, bajo estas características, durante los noventa. Hoy, es posible conocer cómo es que las democracias «aparentes» envilecen a las sociedades que las viven, conduciéndolas no sólo hasta la casi destrucción de sus instituciones, sino de sus reservas morales[54]. De la misma manera que las democracias «formales», las más comunes en nuestros países, que revistiéndose de «representatividad», no dudan en poner límites –sutilmente o con la “fuerza de la ley”, según el caso- a cualquier “exceso” que ponga en peligro el control del poder; esto es, cuando los marginados y excluidos, buscan canales más participativos para hacer respetar sus derechos.

Pero, trátese de unas o de otras «democracias», lo relevante para el tema que se está abordando –el de la desigualdad y las disparidades- no radica en conocer si algunas de esas «democracias», tan marcadamente perversas existieron o aún existan, sino en el hecho de que ellas eliminaron cualquier posibilidad, si es que la hubo, de ampliación de las oportunidades para el desarrollo humano, con el apoyo, abierto o disimulado, directo o indirecto, de países desarrollados con presencia de intereses económicos en los países en donde se practicaron. Más todavía, apoyadas por organismos multilaterales, principalmente financieros, unas y otras «democracias» facilitaron –y continúan facilitando- la aplicación de políticas económicas promovidas por esas instituciones, que sólo han conseguido lograr dos efectos simultáneos: asegurar la tasa de ganancia del capital transnacional; y crear más pobreza entre los países atrasados, ampliando aún más la brecha entre países pobres y ricos. Recién cuando el escándalo hubo desbordado los límites –desconocidos- de una supuesta tolerancia “democrática”, la comunidad internacional trató de buscar salidas. Sin embargo, esas salidas lo fueron en el plano de las libertades políticas que habrían de permitir salvaguardar los intereses económicos de las grandes potencias económicas y financieras; mas no salidas en defensa de las oportunidades económicas y sociales para los pobres. En síntesis, esta mayor presencia de formas democráticas «aparentes» y «formales», pero no reales, contradice cualquier argumento respecto a una esperada, o quizás espontánea, expansión de las libertades, como función directa de las oportunidades existentes, ya sea como resultado de esfuerzos internos, o de una interdependencia basada en la equidad.

No se piense que con esta posición crítica a los planteamientos del desarrollo humano y de la teoría de la justicia distributiva se está dejando libre acceso –por no decir, justificar- a la intolerancia, el radicalismo ideológico o al pesimismo. Más bien, de lo que se trata es de ser realistas y no pecar de ingenuidad frente a los vendedores de ilusiones globalizadoras, quienes, a través de las beneficios que se pueden derivar de una praxis de justicia distributiva, buscan mantener el statu quo de un sistema cuyo modelo dominante de economía ha estado lejos, históricamente, de propiciar e impulsar relaciones internacionales equitativas. Evidentemente, cualquier diagnóstico sobre la desigualdad reinante en la actual sociedad mundial debe partir por aceptar que son muy limitadas las oportunidades y capacidades que tiene el mundo subdesarrollado -ese 80% de la población del planeta- para salir de su situación de miseria. Desde esta perspectiva, vale insistir, no se niega reconocimiento alguno a los aportes que en materia de análisis teórico contienen el enfoque de justicia distributiva de Amartya Sen y los postulados sobre desarrollo humano del PNUD; trabajos en los que no están ausentes experiencias ensayadas en diferentes países, para dar respuesta a problemas vinculados al subdesarrollo.

Pero, el hecho de reconocer los importantes aportes conceptuales e, incluso, las buenas intenciones[55] «distributivas» que subyacen en las propuestas de Amartya Sen y en los Informes de desarrollo humano del PNUD, no implica tener que aceptar un supuesto subyacente en ellas, que deviene, de esta manera, en dogma: el modelo de economía de mercado de corte liberal; que está colocado como eje del sistema. Entiéndase que no es una objeción al mercado como espacio de concurrencia de agentes económicos, sino al supuesto de que los mecanismos que operan en él son guiados por aquella famosa «mano invisible» que garantiza condiciones de igualdad de oportunidades. Al respecto, entonces, cabe preguntarse a qué sistema de mercado se refiere Amartya Sen cuando afirma que “es difícil lograr la prosperidad económica sin hacer un uso extensivo de las oportunidades de intercambio y especialización que ofrecen las relaciones de mercado”[56]. En otras palabras, no tiene sentido referirse a un mercado hipotético que no existe en la realidad, cuando el que prevalece en las relaciones internacionales actuales es ése de corte liberal, promovido e impulsado por el sistema capitalista; respecto al cual, el mismo autor, se refiere como “que está más preocupado por extender su dominio de las relaciones comerciales que, por ejemplo, por establecer la democracia, universalizar la educación básica o mejorar las oportunidades sociales de los más pobres”[57]. Sin embargo, cabe reconocer que Sen es conciente de la necesidad de que se operen un conjunto de transformaciones para hacer viable su propuesta de ampliación de las oportunidades y capacidades como medios para el logro de mayores libertades. Al respecto, sostiene:

“La distribución de los beneficios en la economía global depende, entre otras cosas, de una variedad de arreglos institucionales, incluidos los que se refieren a condiciones equitativas de comercio, a intercambios educativos, a mecanismos para extender los avances tecnológicos, implementar límites de protección del medio ambiente y recursos ecológicos, y un trato justo a las deudas acumuladas (...)”[58]

No obstante estas precisiones, pareciera ser que en esa afirmación Sen insiste en que es en el marco del mismo modelo de mercado –se entiende que el liberal, dominante- en donde se realizarían aquellos “arreglos institucionales” necesarios; ya que reduce el conjunto de problemas que afectan al mundo pobre a “una serie de omisiones”[59] cometidas. Y es este aspecto el que más llama la atención en relación al cuestionamiento de la intangibilidad del modelo. Dicho de otro modo, no se puede atribuir, o reducir, las llamadas “omisiones” y otros tantos “serios problemas"[60] a un asunto de simples “distorsiones” que aparecerían, en todo caso, como una resultante aleatoria –o sea, una indeterminación- de las relaciones que se dan al interior del sistema. Ello, en razón de que es la dinámica de funcionamiento del sistema, orientada a asegurar la tasa de ganancia del capital transnacional, la que impide, o en el mejor de los casos, condiciona a sus propios intereses, el desarrollo (autónomo) de las capacidades del mundo pobre. Es la realidad la que pone en evidencia que son esas supuestas “omisiones” y aquellos “serios problemas”, que se han ido acentuando progresivamente a lo largo de décadas en el marco de las relaciones internacionales (norte-sur), las que explican la existencia de la desigualdad -llevada hoy hasta la exclusión- en el escenario del llamado “mundo globalizado”; y, por tanto, la razón que hace posible que el sistema se conserve como dominante y exclusivo.

En el mismo sentido, la propuesta del desarrollo humano que promueve el PNUD pareciera sostenerse sobre el mismo principio de intangibilidad del modelo (neoliberal) de economía de mercado. En efecto, cuando se afirma, con acierto, sobre la necesidad de impulsar “valores compartidos y un compromiso compartido con el desarrollo humano de toda la gente”[61] como condición para fortalecer la interdependencia creciente a escala planetaria, se hace asumiendo que la ampliación de las “opciones” –es decir, de las oportunidades- dependería básicamente de “los mercados mundiales, la tecnología mundial, las ideas mundiales y la solidaridad mundial”[62], como mecanismos -¿necesarios y suficientes?- para “enriquecer la vida de la gente de todas partes”[63]. Sin embargo, esta afirmación se fundamenta tomando como punto de partida de este esperado escenario el triunfo del liberalismo político y económico –éste, expresado en el modelo aludido- sobre el llamado “socialismo real”. No cabe, pues, otra interpretación, cuando se alude, sin más, que “el progreso en la definición de esos valores”[64] se vieron acelerados en el período posterior a la guerra fría -o sea, en la década de los ’90-, “impulsada por la expansión de los mercados”[65]

Nuevamente, como cuando se hizo idéntica crítica a la postura de Sen, si bien hay un reconocimiento en la propuesta del PNUD respecto a que la mundialización vigente, “ha progresado más en materia de normas, estándares, políticas e instituciones relativos a los mercados mundiales que respecto de la gente y sus derechos”[66], lo que en definitiva se sostiene es la misma tesis anterior. Es decir, que los “descontroles” y las “inestabilidades” del mercado que provocan que “las oportunidades y las recompensas de la mundialización”[67] se difundan “de manera desigual e inicua, concentrando el poder y la riqueza en un grupo selecto de personas, países, y empresas, dejando al margen a los demás”[68], es un asunto de distorsiones del mercado –a las que Sen llama “omisiones” o “problemas”-; que, en todo caso, obliga a realizar la tarea de “hallar las normas y las instituciones para una estructura de gobierno más fuerte”[69]. Adoptando como criterio predominante de que “el reto de la mundialización del nuevo siglo consiste en no detener la expansión de los mercados mundiales”[70], los Informes sobre Desarrollo Humano no ponen en duda los supuestos fundamentales del modelo de mercado dominante, que tienen que ver, como ya se dijo, con la inexorable misión de garantizar la tasa de ganancia del capital transnacional. En concreto, lo que la realidad pone en evidencia como la regla de funcionamiento del sistema, esto es, acumular riqueza sobre la base de crear y acrecentar la desigualdad, en los Informes se aduce como excepción.

En definitiva, mantener como intangible el modelo de economía de mercado, en su versión neoliberal, significa asumirlo, a priori, como el modelo, el único modelo –eficiente, efectivo y eficaz-, capaz de hacer realizable la ampliación de las oportunidades y capacidades, así como la expansión de las libertades. Aceptarlo sin poner en duda la lógica de su funcionamiento es, sin más, negar la realidad de miseria inducida que padece el mundo pobre. Es negar, como ya se ha dicho, que la exclusión del sistema mundial a la que se enfrentan en la actualidad un buen número de países pobres tiene su origen en la tendencia del modelo a constituirse en dominante y exclusivo, gracias a las reglas de juego que impone el mundo rico a través de la actual «globalización».

Es necesario insistir en que la problemática de la desigualdad no debería ser vista únicamente desde la perspectiva del estudio de indicadores de resultados e impactos, sino en el análisis de las causas que los han originado y originan. Verla sólo en lo que reflejan en un momento dado dichos indicadores, sería reconocer de antemano que tal o cual situación de pobreza o atraso responde a un asunto de no aprovechamiento de las oportunidades y capacidades existentes en los países que la padecen; o, en el mejor de los casos, a “omisiones” y “serios problemas” (Sen), o bien, a “descontroles” e “inestabilidades” (IDH).

Es la realidad la que se encarga de poner en evidencia que no existe «mano invisible» alguna que gobierne las fuerzas del mercado globalizado, que induzca, a su vez, a que las oportunidades y capacidades sean adecuada y oportunamente aprovechadas. Lo que existe es un cierto tipo de relaciones entre países ricos y países pobres, en el que está de por medio el ejercicio del poder y del dominio del más fuerte; es decir, de los países económica y militarmente más fuertes. Se trata de relaciones de poder y dominio que se tejen al interior de los países dominantes y las instituciones financieras bajo su control, para proteger al capital transnacional, que se constituye en el soporte mismo del sistema. Para demostrarlo, basta con observar y analizar las actuaciones del FMI, el BM y otras entidades financieras internacionales siempre dispuestas a imponer sus reglas de juego; llámense “acuerdos”, “cartas de intención” –“recetas”, para ser precisos-, o con un eufemismo más novedoso, «arquitecturas financieras».

En el marco de poner en duda la validez del modelo neoliberal, la pregunta de fondo que espera una respuesta coherente y lógica, y obviamente satisfactoria a la realidad del mundo subdesarrollado, es la relativa a sobre qué bases se habrían de crear las condiciones –y cuáles serían éstas- para proveerle a la gente, de manera equitativa, oportunidades y capacidades. ¿Se trata de hacerlo sobre las bases de una economía de mercado fundada en el equilibrio macroeconómico y las reformas estructurales en la línea del consenso de Washington[71], por ejemplo?. ¿Es a la economía de mercado predominante –la de corte neoliberal- a la que se refiere la afirmación que hacen Amartya Sen y James Wolfenshon cuando señalan que se inclinan por un modelo que “considera el desarrollo como un proceso basado en un intercambio con beneficios recíprocos (...) complementado con un sistema de protección social, libertades y leyes que funcionen, así como sistemas judiciales que inspiren la confianza y el respeto de los ciudadanos”[72]? Resulta relevante exigir una respuesta transparente, porque la inclinación por el modelo sugerido, inspirado en Adam Smith, según dicen, la fundamentan ambos señores indicando que dicho modelo “debe ser reforzado con un conjunto de políticas macroeconómicas saludables que deberían generar los recursos que el desarrollo económico y social requiere”[73], refiriéndose con ello a los recursos disponibles, políticas monetarias y fiscales adecuadas, etc. De aludir con esa respuesta al modelo económico impulsado por el FMI y el Banco Mundial, a lo único a lo que estarían apostando Sen y Wolfensohn no sería, precisamente, a la posibilidad de ampliar posibilidades y oportunidades a niveles superiores de vida –de desarrollo humano- en los países pobres, sino, todo lo contrario, a continuar reproduciendo las «desigualdades» entre éstos y los países ricos. O sea, a todas las implicancias que arrastran consigo las recetas y mandatos de esos organismos, traducidos, hoy, en el paradigma de la modernidad: la globalización de los mercados y del «pensamiento único».

5. Reflexiones finales

Entre las críticas más serias, e imposible pasar por alto, a las propuestas de justicia distributiva y de desarrollo humano, está, precisamente, aquella ya referida de la ausencia de cuestionamiento alguno a la dependencia absoluta de la economía de mercado; principalmente cuando se tienen que confrontar sus mecanismos con las consecuencias que su aplicación han tenido y tienen en el mundo real. Es decir, permitir que, sin objeción alguna, la «mano visible» del capital transnacional continúe actuando libremente en el mercado globalizado, asumiendo esa función de «asignar» ya no sólo recursos económicos, sino, también, aquellos otros «recursos» de carácter político y social. Para ser más precisos, aún, aceptar que el mundo no es otra cosa que un mercado ampliado, un lugar exclusivamente «competitivo» y adecuado para la aplicación del laissez faire et laissez passer, en el que el modelo de mercado, respondiendo a los intereses de quienes lo controlan, se mantenga como el único capaz de atender a la demanda del mundo pobre de ver ampliadas sus oportunidades y capacidades económicas, sociales y políticas.

Desde la perspectiva de que no se puede considerar que el mundo se reduce exclusivamente a un espacio de competencia, es que surge el imperativo de asumir una posición de rechazo a esa pretensión de querer imponer, de manera explícita o implícita, según el caso, el modelo de economía de mercado como eje de un supuesto sistema mundial «único», inducido por esta forma de globalización. En este contexto surgen, además, interrogantes con respecto a la libertad reclamada y proclamada en las propuestas de Sen y de los Informes del PNUD, en cuanto a saber si ella responde, sin más, a la del viejo y nuevo liberalismo, que pone al individuo aislado como el centro del sistema[74]. Esto último es de particular interés porque en la medida que dichas propuestas le confieren a esa libertad el valor de ser medio -condición necesaria- para alcanzar el desarrollo (bienestar), al hacerlo están aceptando una forma de globalización que en la práctica busca imponer el «pensamiento único»; quedando excluido, por tanto, el principio de corresponderle a cada pueblo el derecho a tener su propia cultura[75] y, en función de ello, decidir cómo orientar su futuro.

De lo anterior puede deducirse que, al menos, desde la perspectiva del mundo pobre dependiente de las reglas de la globalización dominante –o si se quiere, de las «arquitecturas financieras» impuestas- la relación entre oportunidades y capacidades, de un lado, y las libertades, de otro, no es biunívoca, en el sentido de que no están vinculadas por una correspondencia directa –la una por la otra-; en razón de que no dependen de la voluntad de los países que aspiran a ellas. Definitivamente, la posibilidad de que la vinculación entre unas y otras funcione en la realidad como se esperaría que sea, según los trabajos de Sen y en los Informes, pasa, o debe pasar, necesariamente, por romper el círculo vicioso de la pobreza; partiendo, eso sí, del principio, señalado más arriba, de que subdesarrollo y desarrollo son los dos aspectos de una misma realidad, en la que la primera se genera como producto –o, mejor, como sub producto- de la segunda. Y romper este círculo vicioso sólo puede entenderse como el cambio radical del modelo que rige las relaciones internacionales, básicamente en lo que corresponde al aspecto económico.

Si la democracia se ha de entender como el espacio de expresión de la libertad humana, o mejor, de procesos que permiten la expresión de esa libertad -o libertades, como se exponen en el IDH 2000-, dicho espacio presupone condiciones mínimas en la calidad de vida de las personas. En concreto, la libertad, que es inherente a la persona humana, no puede desarrollarse en un medio de necesidades materiales, que, hoy, se ven ampliadas hasta el nivel de sobrevivencia; y, más aún, cuando las oportunidades de revertirlas, si es que existen, están determinadas o condicionadas por “voluntades” ajenas. Esto significa que en el contexto de las relaciones actuales entre el mundo rico y mundo pobre, la expansión de las libertades en este último, como esperarían que se realice en ambas propuestas, no encuentra condiciones favorables dentro del modelo de economía vigente, a escala planetaria.

En ese contexto de miseria y exclusión en el que están sumidos los países pobres, habrá que preguntarse, primero, cuánta pobreza y exclusión serían capaces de soportar sus «democracias», si es que es ellas realmente existen, o, por lo menos, si es que pudieran constituirse. Luego, recién, habría que preguntarse por la ausencia o expansión de libertades. Porque es cierto que las libertades sólo podrán expandirse en la medida que no haya impedimentos para la ampliación de las oportunidades y capacidades; pero es, cierto, también, que esos impedimentos no son autogenerados, sino que surgen de un conjunto de relaciones inducidas perversamente a través de la globalización, por quienes modelan y controlan los mercados y diseñan y arman las «arquitecturas financieras».

En este mundo del choque de las civilizaciones, de los muros que caen, de las olas que pasan, de los finales de la historia, de los capitales misteriosos, de las doctrinas de la seguridad mundial contra el terrorismo –presentada hoy en día como la lucha del bien contra el mal-, habría que preguntarse fundamentalmente por las intenciones de quienes se arrogan el derecho de juzgar y decidir por las oportunidades y las capacidades del resto de la gente. Precisamente, en el sentido inverso del camino que quiere tomar –o invita a tomar- Amartya Sen, la realidad muestra que los pobres de la tierra no son quienes deciden sobre sus oportunidades, si es que las tienen; y menos aún, de ser libres de hacer uso de sus capacidades, pues les ha sido arrebatada. En un mundo marcado por la desigualdad, las posibilidades de alcanzar la libertad depende menos de las oportunidades y las capacidades otorgadas, y más de la justicia, en toda su radicalidad. Hay que tener cuidado, pues, con no deshistorizar la realidad o pretender una lectura distinta de la historia de los pueblos.

El problema de la desigualdad no puede ni debe reducirse a un problema de asignar o re-asignar, o mejor aún, de distribuir oportunidades y capacidades, como quien distribuye bienes, servicios o factores de producción. Como tampoco, la libertad puede reducirse a la mayor o menor capacidad de decisión y elección de la gente, como consecuencia, sin más, de las oportunidades que se le presente, o le presenten. La libertad es más que eso. Es la posibilidad que se le abre a toda persona, por el hecho mismo de ser persona, de orientar su voluntad hacia la realización de sí misma, sin que medie impedimento alguno que determine o desvíe ese derecho fundamental.

La raíz del problema está en la justicia. De lo que se trata es de hacer justicia; esto es, de devolverle al mundo pobre lo que le pertenece históricamente; de resarcirlo de los daños causados por ese «desarrollo» alcanzado por unos pocos países, basado en la inequidad; de detener, hoy, viejas y remozadas prácticas de arrebato y usurpación de sus recursos humanos y naturales; de su cultura; de su manera de ver y transformar la realidad; de la posibilidad de participar en un "diálogo de civilizaciones"[76]. En fin, de detener cuantas violaciones se siguen cometiendo a los derechos de la humanidad –individuos y pueblos- con ese modelo económico-político que, incluso en las propuestas distributivas, se mantiene inalterable en las actuales relaciones internacionales. Aquel modelo que, postulándose a sí mismo como el pensamiento único[77], continúa afirmándose, hoy, hay que insistir en ello, no sólo como dominante, sino que además quiere hacerse, hasta por la fuerza de las armas, exclusivo. Lo que demandan los pobres de la tierra es, simplemente, justicia. Justicia sin más, sin adjetivos, sin discursos. En esto hay que ser radicalmente claros: la justicia no es un «bien», un «servicio» o un «factor» que se distribuye o asigna mediante mecanismos de mercado.

Por esta razón, aunque le cueste reconocerlo a los exegetas del sistema dominante, la díada desarrollo y subdesarrollo resulta siendo, a final de cuentas, un conflicto ético, que Enrique Dussel expresa en los siguientes términos:

“El conflicto ético comienza cuando víctimas de un sistema formal vigente no pueden vivir, o han sido excluidas violenta y discursivamente de dicho sistema; cuando sujetos socio-históricos, movimientos sociales (p.e. ecológico), clases (obreros), marginales, un género (el femenino), razas (las no-blancas), países empobrecidos periféricos, etc. cobran conciencia, se organizan, formulan diagnósticos de su negatividad y elaboran programas alternativos para transformar dichos sistemas vigentes que se han tornado dominantes, opresores, causa de muerte y exclusión. (...)”[78]

Es un conflicto ético que, de suyo, se orienta a deslegitimar las reglas impuestas por el sistema, porque dichos “sujetos socio-históricos”, continúa Dussel:

“(...) en primer lugar, (...) cobran conciencia de que no habían participado en el acuerdo originario del sistema (...); y, en segundo lugar, porque en dicho sistema dichas víctimas no pueden vivir (...)”[79]

Este conflicto ético es lo que conduce, o debe conducir, a la convicción de que si para superar la desigualdad actualmente reinante a escala planetaria se sostiene la tesis de que hay que recurrir a esas siete libertades en las que se funda la propuesta del desarrollo humano; entonces, ese proceso debe empezar por donde corresponde: liberando esas libertades cautivas, para utilizar las expresiones de Leonardo Boff. Y precisamente, porque se trata de libertades que están ahora cautivas, urge responder a esa invitación revalorando el carácter y el sentido de esa palabra que unos se han esforzado por eliminar del vocabulario de las auténticas utopías; y otros, por abandono de principios, cobardía o inconsecuencia, no la quieren mencionar: liberación. Sí, hay que revalorar esta expresión por la que el mundo pobre es capaz, hoy, de tener mayor conciencia de sus derechos; porque, como señala el mismo Boff:

“Liberación significa la acción que libera la libertad cautiva. Sólo a través de la liberación los oprimidos rescatan la autoestima. Recuperan la identidad negada. Reconquistan la patria dominada. Y pueden construir una historia autónoma, asociada a la historia de otros pueblos libres.”[80]

De ahí que liberar se trasforma, pues, en el imperativo que hace realizable la superación del conflicto ético aludido, y que en la reflexión de Dussel significa:

“Liberar no es sólo romper las cadenas (...), sino «desarrollar» (liberar en el sentido de dar posibilidad positiva) la vida humana al exigir a las instituciones, al sistema, abrir nuevos horizontes trascendentales a la mera reproducción como repetición de «lo Mismo» -y simultáneamente, opresión y exclusión de víctimas-. O es, directamente, construir efectivamente la utopía posible, las estructuras o instituciones del sistema donde la víctima pueda vivir, y «vivir bien» (que es la nueva «vida buena»); (...) Es un «liberar para» el novum, el éxito logrado, la utopía realizada.(...)”[81]

La justicia es, debe ser, para cualquier persona –y más aún, para los responsables de la desigualdad reinante-, una forma de ser (justo) y de actuar (con justicia). Es un acto con sentido, un acto cuyo único sentido es el de reconocer y de reconocernos en el derecho de cada uno y de todos, a aspirar a un mismo ideal de sociedad de personas unidas por lazos de solidaridad. Sólo en la justicia se puede fundamentar esa necesidad de crear una clara conciencia para la formación de una comunidad mundial solidaria, en donde el adjetivo solidario sea la expresión que establezca la diferencia

Más que una globalización de formas de mercado, esto es de flujos de bienes o de capitales, se requiere de una mundialización de vínculos humanos. Sólo una mundialización que se reconozca en los vínculos humanos basados en la solidaridad de compartir un solo mundo, hará posible que las oportunidades y las capacidades de la gente sean, antes que asignadas, devueltas, en razón de un imperativo ético: la justicia.


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* Publicado en: Boletín del Instituto Internacional de Gobernabilidad de Catalunya; Boletín Nº 136 / Serie Documentos; 4 de marzo 2003.
(**) Carlos P. Lecaros Zavala, economista y magister en Filosofía. Profesor de la Universidad de Lima. Ha publicado en numerosas revistas tales como "Diálogo Centro Americano". Una de sus principales áreas de análisis es el desarrollo sustentable. Ha participado en varias conferencias internacionales como por ejemplo "Convirtiendo los recursos de defensa en desarrollo humano", Alemania 1997
Notas:
[1] Por cierto, este fenómeno se pone de manifiesto en medio de la paradoja de vivir una época de avances tecnológicos que evidencian mejoras sustantivas en la calidad de vida de las personas, como en el campo de la salud, por ejemplo.
[2] Cabe destacar que Amartya Sen formó parte del equipo inspirador e impulsor de los Informes sobre Desarrollo Humano, creado y conducido en sus inicios por Mahbub Ul Haq (economista pakistaní, fallecido en 1998).
[3] Conceptos desarrollados principalmente en el libro Nuevo Examen sobre le Desigualdad (cf. Amartya Sen. Nuevo Examen de la Desigualdad. México, D.F., Alianza Editorial / Serie «Ensayos», 1999).
[4] Banco Mundial. Informe sobre el Desarrollo Mundial 2000/2001. Washington D.F., 2000; p. 3.
[5] Banco Mundial. Informe sobre el Desarrollo Mundial 2000/2001. Op. cit., p. 3.
[6] Informe sobre Desarrollo Humano 1998. Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Ediciones Mundi-Prensa; Madrid, 1998. Nota: en adelante, para toda referencia a los Informe sobre Desarrollo Humano, se utilizará también, indistintamente, las expresiones Informes o IDH.
[7] Informe sobre Desarrollo Humano 1998. Op. cit., pp. 2 y 3.
[8] Ibid. p. 2.
[9] Y sólo por señalar esta variable que es la más representativa del modelo capitalista de desarrollo.
[10] Ibid. p. 4.
[11] Dugger, William M. Contra la Desigualdad. En: Cuadernos de Economía; Universidad Nacional de Colombia / Departamento de Teoría y Política Económica; Nº 29, 1988; p. 275.
[12] Amartya Sen. Nuevo Examen de la Desigualdad. Op. cit., p. 25.
[13] Ibid., p. 26.
[14] Ibid., p. 26.
[15] Ibid., p. 26.
[16] Ibid., p. 26.
[17] Ibid., p. 27.
[18] Ibid., p. 45.
[19] Ibid., p. 45.
[20] Ibid., p. 46.
[21] Ibid., p. 48.
[22] Ibid., p. 53.
[23] Ibid., p. 53.
[24] Ibid., p. 54.
[25] Ibid., p. 54.
[26] Ibid., p. 54.
[27] Ibid., p. 54.
[28] Ibid., p. 54.
[29] Ibid., p. 54.
[30] Ibid., p. 54.
[31] Ibid., p. 54.
[32] Ibid., p. 55.
[33] Ibid., p. 56.
[34] Esta afirmación corresponde a una amplia polémica que data desde hace más de treinta años, en la que, principalmente, desde sectores cristianos, se buscó reivindicar en el contenido del término desarrollo el valor que debía adquirir la persona, como eje de toda acción en favor de la justicia. Prueba de ello son los valiosos trabajos de E. Mounier, L-J. Lebret, D. Goulet; incluyendo los aportes de la teología de la liberación. En este sentido, es oportuna la frase de Paulo VI en la encíclica Populorum Progressio (1967), cuando se refiere a la promoción de "todos los hombres y de todo el hombre" (Nº 14).
[35] Esto sin dejar de señalar que para esta agencia de desarrollo de las Naciones Unidas, la propuesta permanece más como un ideario que como un programa.
[36] Cf. Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD. Informe sobre Desarrollo Humano 1994. Fondo de Cultura Económica, 1994. Véase el capítulo 2. Es necesario tener presente la correspondencia existente entre estas libertades y los derechos humanos consagrados por las Naciones Unidas. Por otro lado, se puede observar claramente la influencia del enfoque de justicia distributiva de Amartya Sen en la propuesta del PNUD, toda vez que el uso dado a las categorías oportunidades y capacidades conservan el mismo sentido.
[37] Este atributo de sostenibilidad amplió la dimensión del desarrollo humano en términos de desarrollo humano sostenible (dhs).
[38] Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD. Informe sobre Desarrollo Humano 2000 (Sinopsis); Madrid, Ediciones Mundi-Prensa, 2000, pp. 1-13.
[39] Habría que agregar también la de “clase” (nota del autor).
[40] Sen, Amartya. Desarrollo y Libertad. Barcelona, Planeta, 2000. Prólogo; p. 16.
[41] Amartya Sen. Nuevo Examen de la Desigualdad. Op. cit., p. 56.
8 Cf. Boff, Leonardo; El águila y la gallina. Una metáfora de la condición humana; Madrid, Editorial Trotta; 2ª edición, 1998; p. 18.
[43] Wolfensohn, James D. La Otra Crisis. Discurso ante la Junta de Gobernadores. Tomado de:
www.worldbank.org/html/extdr/am98/jdw-sp/am98-es.htm; p. 7.
[44] Wolfensohn, James D. La Otra Crisis. Op. cit., p. 12.
[45] Ibid., p. 12.
[46] Se alude aquí, a propósito, la obra de Hernando de Soto El Misterio del Capital (cf. De Soto, Hernando. El Misterio del Capital. Lima, Empresa Editora El Comercio S.A.; 2000).
[47] Wolfensohn, James D. La Otra Crisis. Op. cit., p. 11.
[48] Ibid., p. 11.
[49] Ibid., p. 4.
[50] Uno de ellos es, por ejemplo, la revaloración de la persona humana, considerada eje del desarrollo.
[51] Dugger, William M. Contra la Desigualdad. En: Cuadernos de Economía; Universidad Nacional de Colombia / Departamento de Teoría y Política Económica; op. Cit., p. 275.
[52] González Faus, José Ignacio. “La mundialización cosmovisional. Hacia una «oekumene» entre no creyentes y creyentes de diversas religiones”. En: ¿Mundialización o conquista?; Santander; Editorial Sal Térrea; 1999; p. 204.
[53] Por esta razón, lo que se debe postular es, más bien, la libertad de la persona, como individuo y como sociedad.
[54] Este es el caso concreto, en Perú, del régimen de Fujimori.
[55] Aunque, como se dice en el lenguaje popular, de buenas intenciones está lleno el purgatorio.
[56] En: PolEtica; Lima, Nº 13; febrero 03, 2002; p. 4. La fuente citada hace la siguiente precisión: “Artículo aparecido en La Jornada, México, 1/02/2002 Traducción: Gabriela Fonseca. El artículo reproducido por La Jornada es con el permiso de The American Prospect, edición invierno de 2002”.
[57] En: PolEtica; Lima, Nº 13. Op.cit., p. 5.
[58] Ibid., p. 5.
[59] Ibid., p. 5.
[60] Ibid., p. 5. Ahí mismo, Sen destaca, entre otros “serios problemas”, las restricciones comerciales a los países pobres; el asunto del control sobre las patentes; el comercio de armas, bajo hegemonía de los países económica y militarmente más poderosos.
[61] Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD. Informe sobre Desarrollo Humano 1999 (Sinopsis); Madrid, Ediciones Mundi-Prensa, 1999, p. 2. Nota: Este Informe 1999 es relevante para los propósitos de analizar el modelo de desarrollo, por cuanto al abordar el tema de la mundialización, resume el punto de vista del PNUD sobre el tema, contenido en los otros Informes.
[62] Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD. Informe sobre Desarrollo Humano 1999 (Sinopsis); op. cit., p. 2.
[63] Ibid., p. 2.
[64] Ibid., p. 2.
[65] Ibid., p. 2.
[66] Ibid., p. 2.
[67] Ibid., p. 2.
[68] Ibid., p. 2.
[69] Ibid., p. 2.
[70] Ibid., p. 2.
[71] Es decir, liberalización comercial y económica en general; control de la inflación y de los déficits fiscales.
[72] Amartya Sen / James D. Wolfenshon. Una moneda con dos caras. En: diario El Comercio; Lima, 9 de mayo de 1999; p. a27.
[73] Amartya Sen / James D. Wolfenshon. Una moneda con dos caras. Op. cit., p. a27.
[74] Es necesario no perder de perspectiva los alcances y contenidos de la expresión libertad que se deriva de la Filosofía Política de origen anglosajón, en la que parecen estar inspiradas la justicia distributiva de Sen y los Informes del PNUD.
[75] Debiendo agregar, para completar la idea, de que es a partir de ahí desde donde se ha de avanzar hacia un proyecto humano común.
[76] Discurso éste que si bien pertenece a la herencia de los sesenta, inspirado en posiciones de la Iglesia católica (Vaticano II; Encíclica Populorum Progressio, Nº 73) y defendido por intelectuales de la talla de Roger Garaudy, viene tomando fuerza como una corriente contrapuesta al modelo de globalización basado en las fuerzas del mercado. .
[77] Precisamente, en esa pretensión de hacerse exclusivo subyace, por definición, su carácter excluyente.
[78] Dussel, Enrique. Etica de la Liberación en la edad de la globalización y de la exclusión. Madrid, Trotta; 2da. edición, 1998; pp. 540-541
[79] Dussel, Enrique. Etica de la Liberación en la edad de la globalización y de la exclusión. Op. cit., p. 541.
[80] Boff, Leonardo; El águila y la gallina. Una metáfora de la condición humana; Op. cit. p. 18.
81 Dussel, Enrique. Etica de la Liberación en la edad de la globalización y de la exclusión. Op. cit., pp. 560-561.






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